"Hecho con las manos, el objeto artesanal guarda impresas,
real o metafóricamente, las huellas digitales de quien lo hizo. Esas huellas no
son la firma del artista no son un nombre; tampoco son una marca. Son más bien
una señal: la cicatriz casi borrada que conmemora la fraternidad original de
los hombres. Hecho por las manos, el objeto artesanal está hecho para las
manos: no sólo lo podemos ver, sino que lo podemos palpar. A la obra de arte la
vemos pero no la tocamos. El tabú religioso que nos prohíbe tocar a los santos
– “te quemarás las manos si tocas la Custodia”, nos decían cuando éramos niños
– se aplica también a los cuadros y las esculturas.
Nuestra relación con el objeto industrial es funcional; con
la obra de arte semireligiosa; con la artesanía, corporal. En verdad no es una
relación, sino un contacto.
El carácter transpersonal de la artesanía se expresa directa
e inmediatamente en la sensación: el cuerpo es participación. Sentir es ante
todo, sentir algo o alguien que no es nosotros. Sobre todo sentir con alguien.
Incluso para sentirse a sí mismo, el cuerpo busca otro cuerpo. Sentimos a
través de los otros. Los lazos físicos y los corporales que nos unen con los
demás no son menos fuertes que los lazos jurídicos, económicos y religiosos. La
artesanía es un signo que expresa a la sociedad no como trabajo (técnica) ni
como símbolo (arte, religión) sino como vida física compartida.
La jarra de agua o de vino en el centro de la mesa es un
punto de confluencia, un pequeño sol que une a los comensales. Pero ese jarro
que nos sirve a todos para beber, mi mujer puede transformarlo en un florero.
La sensibilidad personal y la fantasía desvían al objeto de su función e
interrumpen su significado: ya no es un recipiente que sirve para guardar un
líquido sino para mostrar un clavel. Desviación e interrupción que conectan al
objeto con otra región de la sensibilidad: la imaginación.
Esa imaginación es social: el clavel de la jarra es también
un sol metafórico compartido con todos. En su perpetua oscilación entre belleza
y utilidad, placer y servicio, el objeto artesanal nos da lecciones de
sociabilidad.
En las fiestas y ceremonias su irradiación es aún más
intensa y total. En las fiestas, la colectividad comulga consigo misma y esa
comunión se realiza a través de objetos rituales que son casi siempre obras
artesanales. Si la fiesta es participación en el tiempo original- la
colectividad literalmente reparte entre sus miembros, como un pan sagrado, la
fecha que conmemora- la artesanía es una suerte de fiesta del objeto,
transforma el utensilio en signo de la participación.
LECCIÓN DE FANTASÍA Y SENSIBILIDAD
Jarra de vidrio, cesta de mimbre, huipil de manta de
algodón, cazuela de madera: objetos hermosos no a despecho sino gracias a su
utilidad. La belleza les viene por añadidura, como el olor y el color a las
flores. Su belleza es inseparable de su función: son hermosos porque son
útiles.
Las artesanías pertenecen a un mundo anterior a la
separación entre lo útil y lo hermoso. El objeto industrial tiende a desaparecer
como forma y a confundirse con su función. Su ser es su significado y su
significado es ser útil. Está en el otro extremo de la obra de arte. La
artesanía es una mediación: sus formas no están regidas por la economía de la
función sino por el placer, que siempre es un gasto y que no tiene reglas. El
objeto industrial no tolera lo superfluo, la artesanía se complace en los
adornos. Su predilección por la decoración es una transgresión de la utilidad.
Los adornos del objeto artesanal generalmente no tienen función alguna y de ahí
que, obediente a su estética implacable, el decorador industrial los suprima.
La persistencia y proliferación del adorno en la artesanía revelan una zona
intermedia entre la utilidad y la contemplación estética. En la artesanía hay
un continuo vaivén entre la utilidad y la belleza; ese vaivén tiene un nombre:
placer.
Las cosas son placenteras porque son útiles y hermosas. La
conjunción copulativa ”y” define a la artesanía como la conjunción disyuntiva
define al arte y a la técnica: utilidad “o” belleza.
El objeto artesanal satisface una necesidad de recrearnos
con las cosas que vemos y tocamos, cualesquiera que sean sus usos diarios. Esa
necesidad no es reducible al ideal matemático que norma al diseño industrial ni
tampoco al rigor de la religión artística. El placer que nos da la artesanía
brota de la doble transgresión: al culto a la utilidad y a la religión del
arte.
En general la evolución del objeto industrial de uso diario
ha seguido la de los estilos artísticos. Casi siempre ha sido una desviación- a
veces caricatura, otras, copia feliz- de la tendencia artística en boga. El
diseño industrial ha sido a la zaga del arte contemporáneo y ha imitado los
estilos cuando éstos ya habían perdido su novedad inicial y estaban a punto de
convertirse en lugares comunes estéticos.
El diseño contemporáneo ha intentado encontrar por otras
vías- las suyas propias- un compromiso entre la utilidad y la estética.
A veces lo ha logrado, pero el resultado ha sido paradójico.
El ideal estético del arte funcional consiste en aumentar la
utilidad del objeto en proporción directa con la disminución de la
materialidad. La simplificación de las formas se traduce en esta fórmula: al
máximo de rendimiento corresponde el mínimo de presencia.. Estética más bien de
orden matemático: la elegancia de una ecuación consiste en la simplicidad y en
la necesidad de su solución. El ideal del diseño es la invisibilidad: los
objetos funcionales son tanto más hermosos cuanto menos visibles. Curiosa transposición
de los cuentos de hadas y de las leyendas árabes a un mundo gobernado por la
ciencia y las nociones de utilidad y máximo rendimiento: el diseñador sueña con
objetos que, como los genii, sean servidores intangibles. Lo contrario de la
artesanía, que es una presencia física que nos entra por los sentidos y en la
que se quebranta continuamente el principio de la utilidad en beneficio de la
tradición, la fantasía y aún el capricho.
La belleza del diseño industrial es de orden conceptual: si
algo expresa es la justeza de una fórmula. Es el signo de una función. Su
racionalidad lo encierra en una alternativa: sirve o no sirve. En el segundo
caso hay que hecharlo al basurero.
La artesanía no nos conquista únicamente por su utilidad.
Vive en complicidad con nuestros sentidos y de ahí que sea tan difícil
desprendernos de ella. Es como echar
un amigo a la calle.
LECCIÓN DE POLÍTICA
La técnica moderna ha operado transformaciones numerosas y
profundas, pero todas en la misma dirección y con el mismo sentido: la
extirpación del Otro.
Al dejar intacta la agresividad de los hombres, y al
uniformarlos, ha fortalecido las causas que tienden a su extensión. En cambio
la artesanía ni siquiera es nacional: es local. Indiferente a las fronteras y a
los sistemas de gobierno, sobrevive a las repúblicas y a los imperios: la
alfarería, la cestería y los instrumentos musicales que aparecen en los frescos
de Bonampak han sobrevivido a los sacerdotes mayas, los guerreros aztecas, los
frailes coloniales y los presidentes mexicanos. Sobrevivirán también a los
turistas norteamericanos. Los artesanos no tienen patria: son de su aldea. Y
más : son de su barrio y aún de su familia. Los artesanos nos defienden de la
unificación de la técnica y de sus desiertos geométricos.
Al preservar las diferencias, preservan la fecundidad de la
historia.
El artesano no se define ni por su nacionalidad ni por su
religión. No es leal a una idea ni a una imagen, sino a una práctica: su
oficio.
El trabajo del artesano raras veces es solitario y tampoco
es exageradamente especializado, como en la industria. Su jornada no está
dividida por un horario rígido sino por un ritmo que tiene más que ver con el
del cuerpo y la sensibilidad que con las necesidades abstractas de la
producción. Mientras trabaja puede conversar y, a veces, cantar. Su jefe no es
un personaje invisible sino un viejo que es su maestro y que casi siempre es su
pariente o, por lo menos, su vecino. Es revelador que, a pesar de su naturaleza
marcadamente colectivista, el taller artesanal no haya servido de modelo a
ninguna de las grandes utopías de Occidente. De la ciudad del Sol de Campanella
al falansterio de Fourier y de éste a la sociedad comunista de Marx, los
prototipos del hombre social perfecto no han sido los artesanos sino los
sabios- sacerdotes, los jardineros- filósofos y el obrero universal, en el que
la praxis y la ciencia se funden.
No pienso, claro, que el taller de los artesanos sea la
imagen de la perfección; creo que su misma imperfección nos indica cómo
podríamos humanizar a nuestra sociedad: su imperfección es la de los hombres,
no la de los sistemas. Por sus dimensiones y por el número de personas que lo
componen, la comunidad de los artesanos propicia la convivencia democrática; su
organización es jerárquica pero no autoritaria y su jerarquía no está fundada
en el poder sino en saber hacer: maestros oficiales, aprendices; en fin, el
trabajo artesanal es un quehacer que participa también del juego y de la
creación. Después de habernos dado una lección de sensibilidad y fantasía, la
artesanía nos da una de política.
LECCIÓN DE VIDA
El artista antiguo quería parecerse a sus mayores, ser digno
de ellos a través de la imitación. El artista moderno quiere ser distinto y su
homenaje a la tradición es negarla.
Cuando busca una tradición, la busca fuera de Occidente, en
el arte de los primitivos o en el de otras civilizaciones.
El arcaísmo del primitivo o la antigüedad del objeto sumerio
o maya, por ser negaciones de la tradición de Occidente, son formas paradójicas
de la novedad.
La estética del cambio exige que cada obra sea nueva y
distinta de las que la preceden; a su vez la novedad implica la negación de la
tradición inmediata.
La tradición se convierte en una sucesión de rupturas.
El frenesí del cambio también rige a la producción
industrial, aunque por razones distintas: cada objeto nuevo, resulta de un
nuevo procedimiento, desaloja al objeto que lo precede.
La historia de la artesanía no es una sucesión de
invenciones ni de obras únicas ( o supuestamente únicas). En realidad la
artesanía no tiene historia, si concebimos a la historia como una serie
ininterrumpida de cambios.
Entre su pasado y su presente no hay ruptura, sino
continuidad. El artista moderno está lanzado a la conquista de la eternidad y
el diseñador a la del futuro; el artesano se deja conquistar por el tiempo.
Tradicional pero no histórico, atado al pasado pero libre de
fechas, el objeto artesanal nos enseña a desconfiar de los espejismos de la
historia y de las ilusiones del futuro. El artesano no quiere vencer al tiempo,
sino unirse a su fluir. A través de repeticiones que son asimismo
imperceptibles pero reales variaciones, sus obras persisten. El destino de la
obra de arte es la eternidad refrigerada del museo; el destino del objeto
industrial es el basurero. La artesanía escapa al museo y, cuando cae en sus
vitrinas, se defiende con honor: no es un objeto único sino una muestra. Es un
ejemplar cautivo, no un ídolo. La artesanía no corre pareja con el tiempo y
tampoco quiere vencerlo. Los expertos examinan periódicamente los avances de la
muerte en las obras de arte: las grietas en la pintura, el desvanecimiento de
las líneas, el cambio de los colores, la lepra que corroe lo mismo a los
frescos de Ajanta que a las telas de Leonardo. La obra de arte, como cosa, no
es eterna. ¿Y cómo idea? También las ideas envejecen y mueren. Pero los
artistas olvidan con frecuencia que su obra es dueña del secreto del verdadero
tiempo: no la hueca eternidad sino la vivacidad del instante. Además, la obra
de arte tiene la capacidad de fecundar los espíritus y resucitar, incluso como
negación, en las obras que son su descendencia.
Para el objeto industrial no hay resurrección: desaparece
con la misma rapidez con que aparece. Si no dejase huellas sería realmente
perfecto; por desgracia, tiene un cuerpo y, una vez que ha dejado de servir, se
transforma en desperdicio dificilmente destructible. La indecencia de la basura
no es menos patética que la de la falsa eternidad del museo.
La artesanía no quiere durar milenios ni está poseída por la
prisa de morir pronto.
Transcurre con los días, fluye con nosotros, se gasta poco a
poco, no busca a la muerte ni la niega: la acepta. Entre el tiempo sin tiempo
del museo y el tiempo acelerado de la técnica, la artesanía es el latido del
tiempo humano. Es un objeto útil pero que también es hermoso: un objeto que
dura pero que se acaba y se resigna a acabarse; un objeto que no es único como
la obra de arte y que puede ser reemplazado por otro objeto parecido pero no
idéntico. La artesanía nos enseña a morir y así nos enseña a vivir"
Fragmentos del ensayo “El uso y la contemplación”
Octavio Paz. Premio Nobel de Literatura 1990.
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